2012/03/13

"El ejemplo"

El ejemplo

Dar ejemplo no basta: quien lo contempla puede imitar, pero también rechazar dicha conducta

ES| 10/02/2012 - 08:40h

Mi amiga Pepa Fernández me ha invitado a participar en su programa de radio para hablar del ejemplo. Buen tema en este momento en que la ejemplaridad pública está en quiebra. Etimológicamente, ejemplo es un caso que ilustra una afirmación general, un hecho que concreta una idea o un individuo que representa a una clase. No dar las gracias es un ejemplo de mala educación.
La catedral de Burgos es un ejemplo de arquitectura gótica. Margaret Thatcher es un ejemplo de político conservador... Por una de esas maravillosas hibridaciones que constituyen la esencia del lenguaje, ejemplo se emparentó con modelo, es decir, se convirtió en un caso digno de ser imitado. El lenguaje mantiene ambas acepciones. Una cosa es “poner un ejemplo” –ejemplificar– y otra “dar ejemplo” –ejemplarizar–, que puede ser sinónimo de escarmentar. El ejemplo ha sido siempre pieza importante del arsenal educativo. En el terreno moral, demuestra la creatividad humana, el talento de las personas para realizar valores abstractos en situaciones difíciles. La acción es siempre síntesis, unifica deseos, obligaciones, miedos, dudas. Antes de actuar, podemos estar indecisos o confusos, pero la acción pone el punto final a las incertidumbres. En cambio, la teoría puede perderse en análisis interminables.
La inteligencia humana se caracteriza por su capacidad de imitar. Basta mirar a un niño para comprobarlo. Incluso tenemos estructuras cerebrales especializadas para hacerlo, las llamadas neuronas espejo. Hasta tal punto es poderosa esta tendencia, que los neurólogos tienen que explicar por qué no imitamos todo lo que vemos. La elección de lo que imitamos tiene una gran importancia. “Dar ejemplo” no basta, porque quien lo contempla puede reaccionar ante él imitándolo o rechazándolo. Los padres son un ejemplo muy importante para sus hijos, pero los efectos que provocan pueden ser contradictorios. “¿Por qué mis hijos no leen, si sus padres somos muy lectores? ¿Por qué si yo no fumo, no bebo y no he tomado nunca drogas, mis hijos lo hacen?”, me preguntan los padres con frecuencia. Tal vez sea porque otros modelos les han atraído más.
Por eso, la educación a través del ejemplo debe iniciarse con una adecuada presentación, que permita captar el valor encarnado en él. Porque de lo que estamos hablando es de la realización vital, concreta, emocionante, de un valor abstracto. Durante siglos, la educación consistía en movilizar el ánimo mostrando vidas de héroes o santos. El influjo de Jesús de Nazaret procede de su modo de vida. El cristianismo fue una imitación de Cristo antes de desnaturalizarse convirtiéndose en un sistema teológico-eclesial. Y lo mismo sucede en el budismo. Una tercera función del ejemplo es que da veracidad, fuerza real, a las palabras. La expresión: “No te fijes en lo que hago, fíjate en lo que digo”, es en el fondo una impostura. El verdadero ejemplo tiene que ver con la excelencia en algún comportamiento. Y debemos educar a nuestros jóvenes para que sepan admirar, y sacar ánimos del conocimiento de personas ejemplares. En EE.UU. se pone mucho énfasis en mostrar a los alumnos modelos valiosos. Cada clase tiene sus “héroes”, personas que han realizado valores éticos esenciales. A los europeos nos parece que es una medida infantil. Una grosera idea de la igualdad de los seres humanos expande la creencia de que todos valen lo mismo. No es verdad, hay personas excelentes y personas miserables. Y se trata de imitar a las mejores.