2012/03/13

"La suerte"

La suerte

ES| 23/09/2011 - 09:40h

 
Una vez más voy a hacerles una pregunta. ¿Creen ustedes en la suerte?
No me estoy refiriendo al azar, es decir a las causalidades imprevisibles, que por supuesto existen, sino al hecho de que algunas personas hayan nacido con buena estrella, se levanten con el pie derecho o tengan buena ventura, es decir, parezcan bienaventurados por nacimiento. Y que a otras, por el contrario, las persiga la mala suerte. De unas decimos que “todo les sale bien”; de otras que “parece que están gafados”. La diosa Fortuna, que reparte sus dones arbitrariamente, es una figura mítica que ha atravesado los siglos. No debe ser, pues, un tema banal, puesto que ha preocupado tanto. Para los filósofos griegos fue una desilusión, casi una claudicación, tener que reconocer que la tijé, la suerte, era un componente necesario para la felicidad, que no podemos controlar. A todos nos irrita admitirlo. Ningún enamorado puede aceptar que encontró a la persona amada por casualidad y por ello todos afirman que estaban predestinados a encontrarse.

Los griegos, que eran ingeniosísimos, encontraron una solución aceptable. Relacionaron con la Fortuna otra divinidad: la Ocasión. También era hija de Cronos, el Tiempo, pero daba un mayor protagonismo al ser humano. Se la representaba como una muchacha desnuda, con alas en los pies, y los cabellos volcados hacia delante, como impulsados por el viento, lo que dejaba la coronilla al descubierto. De ahí la expresión “la ocasión la pintan calva”. Con ello querían decir que hay que agarrar la oportunidad cuando llega, porque es imposible hacerlo cuando ya ha pasado. Juan Huarte de San Juan, un pintoresco personaje que en el siglo XVI inventó la psicología diferencial, se preguntaba por las características que debían tener los buenos generales, y afirmaba que la primera era tener buena fortuna. Julio César arengaba a sus tropas diciéndoles: “No temáis porque con vosotros va la buena fortuna de César”. Huarte comenta: “Era su perspicacia para interpretar la situación lo que convertía a César en afortunado”. Recuerdo haber oído decir a Severiano Ballesteros: “Qué casualidad, la gente dice que he tenido mucha suerte precisamente en los torneos para los que he entrenado más”.

Pero no es esto de lo que quería hablarles. En una historia del pensamiento griego he encontrado una frase sorprendente: “La inteligencia práctica —en la que hay que incluir la ética— tiene que dominar la tijé, la suerte. ¡Qué sabiduría! En efecto, uno de los objetivos de nuestras legislaciones es limitar los efectos de la mala suerte en la vida de las personas. Mala suerte es nacer en un lugar miserable, mala suerte es nacer con deficiencias físicas o psíquicas, mala suerte es crecer bajo el terror, mala suerte es ser feo, débil, enfermo. La meta de la justicia es, precisamente, limitar el imperio de la realidad, dar posibilidades a quien la naturaleza ha tratado de forma inclemente. Por eso no podemos decir que la ética sea obrar conforme a la naturaleza. No quiero colaborar con una fuerza tan arbitraria, quiero ir contra ella, amortiguar su efecto, combatir su implacabilidad. Queridos lectores, hemos llegado a uno de los más escarpados terrenos de la filosofía: la relación de la naturaleza con la ética. Perdón si me he excedido.