Motivar
hay dos maneras de motivarse: una a través de la emoción, la otra fórmula, mediante la razón
ES| 07/10/2011 - 08:19h
Posiblemente le parecería absurdo y apresuraría el paso, sin saber qué hacer. Sin embargo, no estoy seguro de que la petición sea disparatada. Tal vez porque en las aulas los profesores nos encontramos continuamente con esa petición: “Por favor, motíveme”. Es difícil saber lo que el mendigo y mis alumnos están pidiendo. La palabra motivación forma parte de nuestro léxico cotidiano, que manejamos con soltura e inconsciencia. Hemos olvidado que es un término muy reciente, y que su significado es tan confuso que en los años sesenta estuvo a punto de desaparecer de los libros de psicología. Pero ha triunfado, lo que ya de por sí es muy relevante, y todos queremos motivar o ser motivados. Se ha extendido la idea de que no se puede hacer nada si no se posee esa energía mágica. Cuando alguien nos dice que “no está motivado” sentimos hacia él una gran compasión, que es la que nuestro peculiar mendigo intenta aprovechar. En este punto, me asalta una duda. Imagine que un día llama a un fontanero para que le arregle un grifo. El fontanero le hace una chapuza mala y cara y usted va a protestar. El fontanero le responde: “Mire usted, es que ayer no estaba motivado para arreglar grifos”. ¿Le parece suficiente excusa para su desaguisado? Hace poco leí en un libro dirigido por Albert Ellis, un prestigioso psicólogo estadounidense, la siguiente afirmación: “ya es hora de que digamos a nuestros clientes (es el nombre que se suele utilizar para designar a los que acuden a la consulta de un psicólogo americano) que se puede realizar una acción aunque no se tenga ganas de hacerla”. He leído la frase varias veces, porque no creía lo que estaba viendo. Entonces, ¿qué les han estado diciendo a los clientes hasta ese momento? Pues una cosa a la vez evidente y tramposa: que no se puede realizar una acción si no se está motivado para hacerla. Ahora me explico que se quisiera expulsar esta noción de la psicología. El asunto me ha intrigado tanto que acabo de escribir un libro sobre él, que es lo que hago cuando no sé nada sobre un asunto que me apasiona. Así aprendo. Lo que he descubierto es que hay dos tipos de motivaciones. Una, sentida emocionalmente. Otra, pensada a palo seco. Aquella es una energía que lanza a la acción, que resulta querida, amorosamente deseada. La pensada, en cambio, debería dirigir la acción, pero no tiene fuerza. Ya saben la poca influencia que ejerce sobre quien tiene miedo a volar, saber que según las estadísticas el avión es el medio de transporte más seguro. Parece que nuestro cerebro tuviera un error de diseño, como si el motor de un automóvil no tuviera relación con el volante. Racionalmente sé que tengo que adelgazar, hacer ejercicio, dejar de fumar, pero me molesta. En ese sentido, todos somos neuróticos según el chiste. “La diferencia entre un psicótico y un neurótico es que aquel está seguro de que dos y dos son cinco. El neurótico sabe que dos y dos son cuatro, pero no le gusta”. Que no nos guste lo que es racionalmente bueno nos ha obligado a hacer miles de componendas mentales. Volvamos al mendigo del principio. Ha cambiado su cartel. El nuevo pone: “Un poco de ánimo, por favor”. Quedo perplejo. ¿Es el mismo cartel u otro diferente? La próxima semana les hablaré del ánimo. Y para intrigarles y motivarles a leerme, les diré que el ánimo es un caballo.