2012/03/13

"La línea"

La línea

De la blancura del papel emerge un mundo, escrito o dibujado: el lápiz fija un punto y hace fluir la línea

ES| 20/01/2012 - 08:37h

 
Frente a mí tengo una hoja de papel. Me fascina contemplarla. Es triste que la costumbre nos impida ver las maravillas cotidianas.
Las pasadas Navidades he vuelto a recordar un villancico tradicional provenzal, titulado El pasmado. En el belén colocan un personaje que se llama así. Es un pobre hombre, muy inocente, que llega al portal con las manos vacías porque está demasiado ocupado admirando todo lo que ve, pasmado por la belleza de las cosas. Un villancico cuenta la historia: “El pasmado alzaba los brazos diciendo: ¡Qué cosa tan bella es que el agua quite la sed! ¡Qué cosa tan bella es que un niño haya nacido!¡Dios mío, qué cosa tan hermosa: un hombre era desgraciado y ya no lo es!”. Sus compañeros se burlan de él, le llaman vago, le acusan de no haber hecho nunca nada: “¿Cómo que no hice nada? Miré a los demás y les animé. Les dije que eran buenas personas, y que hacían cosas hermosas”. Los demás siguen burlándose, hasta que interviene la Virgen María: “No les hagas caso, pasmado. Tú viniste a la Tierra para admirar: cumpliste tu misión y tendrás tu recompensa. El mundo será maravilloso, mientras haya gentes capaces de admirar”. Volviendo al papel, recuerdo la historia de un misionero que trabajó en un poblado africano. Contaba que los niños esperaban bajo la ventana de su cuarto, esperando que les tirara una hoja de papel. Esa ligera lámina de materia flexible les parecía maravillosa.
Pero como atestigua el título, yo no pensaba hablar de la Navidad ni del papel, sino de la línea. Frente a mí tengo una hoja de papel. Me fascina contemplarla. En ella, el lápiz fija un punto y hace fluir la línea, que se convierte en letra, en pájaro, en nube, en magia. De la blancura del papel ha emergido un mundo. Escrito o dibujado. Tal vez la escritura comenzó siendo la superconcentración del dibujo, antes de convertirse en una combinatoria de letras para representar sonidos. El dibujo siempre es un prodigio. Me ha hecho gracia la historia de una niña a quien su madre ve muy afanosa dibujando. “¿Qué estás dibujando?”, le pregunta. “Estoy dibujando a Dios”, responde la niña. “Pero si nadie sabe cómo es”, objeta la madre. “Pues dentro de un minuto todo el mundo va a saberlo”. Siempre ocurre así con el dibujo. Nos descubre algo inexistente, porque la línea es siempre una abstracción, un invento. Por ello, lo difícil de dibujar es reconocer esa línea que queremos que defina la figura. El hecho de llevarla al papel es secundario.
No hace mucho, escribí una historia de la pintura con Antonio Mingote, un estupendo dibujante. Fue una experiencia inolvidable ver cómo una idea se convertía en línea. Contamos la historia de la experiencia pictórica como un combate entre la línea y el color. Unas veces venció el dibujo. Otras, la pincelada.Tengo mi corazón dividido.
La línea tiene para mí un atractivo múltiple. De adolescente me fascinó la geometría analítica, un invento de Descartes. Descubrió que una línea, o las figuras geométricas delimitadas por ella, podían convertirse en ecuaciones. Él mismo se quedó admirado al convertir la geometría en álgebra. Algo parecido al pasmo que me asalta cada vez que veo una partitura musical. ¿Cómo es posible que el brillante sonido de una sinfonía de Beethoven, su energía, su ritmo, esté contenida en esas páginas de escritura seca? Podría resumir mi vida en un continuo ir de asombro en asombro. No soy nada original. Los viejos griegos ya dijeron que la admiración era el comienzo de la filosofía.