2012/03/13

"Los querulantes"

Los querulantes

Las pasiones se pueden adueñar de la conciencia de una persona hasta volverla obsesiva

ES| 21/10/2011 - 09:24h
He tenido que sufrir la cercanía de un querulante, lo que me ha dado ocasión para observar su comportamiento.
Posiblemente conozcan a alguno, aunque desconozcan la palabra. En psiquiatría, el querulante sufre una “compulsión a litigar”. Quien la padece, acude a los tribunales con una frecuencia e insistencia desmesuradas. En el CIE-10, manual de clasificación de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, se la incluye dentro de trastornos paranoides, con los siguientes rasgos: una sensibilidad excesiva a los contratiempos y frustraciones, la incapacidad para perdonar agravios, la predisposición a rencores persistentes, y un sentido combativo y tenaz de los propios derechos al margen de la realidad. Oswald Bumke la definía como “una pasión quejosa”. Las pasiones son emociones tenaces y compulsivas, que se adueñan de la conciencia de una persona, haciéndola monotemática. La pasión amorosa es la más conocida, pero no la única. La envidia, la avaricia, el deseo de venganza, el poder, los celos son otros casos bien conocidos. De las pasiones se ocuparon durante siglos la moral y la psiquiatría, en una curiosa mezcla que me ha interesado investigar. En griego, pasión se dice pathos, de donde viene patología, que significa “ciencia de las enfermedades”, cuando en realidad debería significar “ciencia de las pasiones”. Me interesa la patología mental porque suele ser una exageración de conductas normales, y nos proporciona una lente de aumento natural para conocernos. Por ejemplo, la preocupación por la propia salud es normal, pero la exageración de ese interés cae en la hipocondría. La timidez ante desconocidos puede convertirse en fobia social. El sexo es normal y saludable, pero la adicción sexual es patológica. Cualquiera de estas conductas o emociones se considera patológica cuando interfiere gravemente la vida de una persona. El querulante puede olvidar sus responsabilidades, desatender sus negocios, descuidar sus relaciones sociales o arruinarse, por dedicarse obsesivamente a reclamar lo que considera su derecho. Su punto de partida puede ser real, pero exagerado, y, por lo tanto, falso. Suelen ser inteligentes, razonadores y normales en el resto de sus comportamientos. Los tribunales reconocen la “personalidad querulante, que induce de forma compulsiva a provocar litigios judiciales”, como una dolencia mental, a la hora de dictar sentencia.

Sin llegar a esos extremos, hay rasgos de carácter relacionados, que complican mucho la convivencia, y que el diccionario recoge. La persona susceptible es propensa a sentirse ofendida. La persona suspicaz tiene tendencia a la desconfianza y a ver mala intención en las palabras o actos del otro. Tal vez corramos el riesgo de vivir en una “sociedad querulante”. Robert Hugues llamó la atención hacia la “cultura de la queja” que estamos fomentando. En EE.UU. hay un galardón: el premio Stella Liebkeck para la querella más llamativa. El nombre lo recibe de la protagonista de un pleito contra McDonald’s. Al coger un vaso de café que estaba muy caliente, Stella lo soltó y se quemó las piernas. Recibió una indemnización y desde entonces en los vasos pone “Quema”.

Aristóteles afirmó que en el término medio está lo correcto, y elogió la adecuada modulación de las pasiones. Del querulante hubiera dicho que era, ante todo, un intemperante.